miércoles, 25 de noviembre de 2009

El desafío es rescatar la palabra



Por Luis E. Rodeiro (Periodista)

La sanción de la nueva ley de audiovisuales ha sido una conquista fundamental para el proceso de democratización argentino. Ha sido, sin duda, una larga lucha. Pero esa lucha no ha concluido. El desafío es hacer realidad la nueva ley. Lo que tenemos es un instrumento, pero hay que dotarlo de vida. La nueva cultura democrática dependerá ahora de nuestra capacidad para recuperar el valor de la palabra, que durante ya un largo tiempo nos fue confiscada, monopolizada, travestida. Desde la dictadura sangrienta, pasando por el menemismo como instancia política y concluyendo en la asunción por parte de los medios concentrados de un papel de partido en defensa del orden conservador, la palabra fue degradada, en especial la palabra política, reducida a un “mero artificio o simulacro”, como supo caracterizarla alguna vez Mario Wainfeld.
En algún antiguo artículo cité la aseveración de Jacques Ranciere, en cuanto a que “sólo el hombre, entre todos los animales, posee la palabra”. Hay animales lógicos y animales fónicos. La voz, que poseen todos los animales, sirve para indicar el dolor y el placer. Su naturaleza llega hasta allí y pueden señalarse unos a otros ese sentimiento. Pero la palabra, para Ranciere, está “para expresar lo útil y lo nocivo y, en consecuencia, lo justo y lo injusto”. Esto es propiedad del hombre con respecto a los otros animales; es el único que posee el sentimiento del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. Es allí, pues, donde es preciso rastrear, entre otras causas, la posibilidad de la familia, de la ciudad. El destino supuestamente político del hombre –dice Ranciere- queda atestiguado por un indicio: la posesión del logos, es decir de la palabra, que manifiesta, en tanto la voz simplemente indica.
Esa centralidad de la palabra es la que hay que recuperar. El maltrato que ha tenido y tiene ha sido y es inmenso. Rescatar la posibilidad de atribuir a cada palabra un sentido claro y definido es una gran batalla cultural contra el manejo inescrupuloso de los medios monopólicos, que han sobrepasado todo límite ético en la “construcción” ideológica de la información.
Los militares procesistas trataron a las palabras como una peste. “El silencio es salud, dijeron. Las persiguieron, las secuestraron, las prohibieron. Pero, además, las usaron con “habilidad diabólica". Palabras tremendas por su simpleza, por su cotidianeidad que fueron tergiversadas de manera atroz: “parrilla, quirófano, terapia intensiva, submarino..." (Marguerite Feitlowitz)
Los políticos, por lo general, más que el significado de las palabras, le importa sus efectos. El ex presidente Menem admitió públicamente que no había dicho con exactitud lo que pensaba hacer en caso de llegar a la presidencia, porque si no perdía la elección. Del hecho mentiroso quedaron palabras memorables, como la "revolución productiva" y el "salariazo".
Políticos, economistas y sobre todo comunicadores devenidos en ideólogos, construyen lo que Galeano llama “la máquina de traicionar palabras”. La palabra como velo. Se ha impuesto -según Piglia- una lengua técnica, demagógica, publicitaria. Y como el discurso dominante es el de la economía, como la ideología impuesta es la del "pensamiento único", las palabras pretenden esconder, velar, la realidad de este globalismo neoliberal reinante.
Este es el inmenso desafío que tenemos por delante. Están los que pretenderán modificarla para salvaguardar sus intereses. Están los que tratarán de volverla inocua. Están los que asumiendo su lenguaje democrático tratarán de desvirtuarlas. Y estamos nosotros, que debemos darnos los instrumentos para asegurar la multiplicidad de voces y el rescate de la palabra.

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